El cooperativismo agropecuario mantiene el sistema de producción familiar garantizando su rentabilidad, a la vez que, se presenta como la principal forma de lucha frente a las exigencias comerciales y la competencia agresiva que aparece a partir del mercado. El principal obstáculo radica lógicamente en el arraigado individualismo de los productores, debido a que muchos de ellos optan por no arraigar y someterse a las opiniones de los grandes proveedores integradores antes que cooperar enfrentando los riesgos del mercado.
Además, la falta de confianza en las asociaciones agrarias y las prevenciones que se presentan ante este fenómeno, posiblemente estén en la limitada formación cultural y competitiva de los agricultores e igual en el fracaso de un extenso número de cooperativas agrarias conformadas.
El actual cooperativismo agropecuario es el resultado del prolongado proceso experimentado por diferentes formas de labor en común, que cuenta con su inicio en la cooperativa de consumo que en el año 1843 crearon algunos tejedores de Rochdale en el Reino Unido y en la asociación de cooperación agrícola que Raiffeisse forma en Alemania hacia el año 1846, para aminorar los efectos del hambre. Esta última asociación establece el origen de las Cajas Rurales y Cooperativas Agrarias.
Por lo que respecto al cooperativismo agropecuario español, diversos acontecimientos han acompañado su desarrollo en Cataluña, que se convierte muy pronto en la principal vía de entrada en España del asociacionismo agrario a partir de la ley de asociaciones promulgada en 1887. Con esta ley se intentó mitigar las míseras condiciones en que la filoxera dejó a multitud de personas, a partir de aquí se legalizan las sociedades que se habían creado con este fin.
Después, una época dominada por los sindicatos agrarios de raíz católica, se crea en el año 1918 la Federación de Cooperativas de Cataluña. El importante desarrollo logrado por el fenómeno cooperativo durante la Segunda República Española, por ejemplo, queda totalmente dividido tras la Guerra Civil. A partir de ese momento, el cooperativismo es muy controlado conservándose una estructura con rasgos católicos y sumamente debilitados.
Este es tiempo de las famosas uniones territoriales de cooperativas (Ufeco) y de las cooperativas del campo que perduró hasta el año 1977, período en el que se eliminan las estructuras anteriores y se diseña una nueva situación todavía intentando producir todo lo que se pudiera de la anterior organización.
Pese al desarrollo de las últimas décadas, específicamente en hechos como la Ley de Agrupaciones y Organizaciones de Productos Agrarios que describe horizontes mercantiles más extensos y una estructura cooperativa de nivel superior.
El cooperativismo agrario sigue conllevando la debilidad de muchos años de marginación y abandono por parte de la gerencia de haber aprovechado las bases que estaban durante la Segunda República Española y prolongado el ambiente favorable que poseían las asociaciones agrarias, actualmente el cooperativismo estaría más desarrollado, más consolidado y no habría que andar en un camino tan complejo, para que se aproximen al competitivo modelo europeo.
Los cambios económicos y sociales llevan consigo una transformación importante en la demanda de productos agroalimentarios cuya respuesta se halla en el desarrollo de las técnicas productivas. La tecnología requerida para llevar consigo dicho desarrollo se aparta de las posibilidades de las pequeñas y medianas aprovechamientos familiares, debido a que solo una estructura corporativa fuerte, poderosa y capitalizada puede hacer frente a los nuevos planes productivos.