Grecia se encuentra en medio del mar, casi equidistante de Europa, Asia y África. La distancia de los tres continentes es suficiente como para amedrentar invasiones extranjeras o ataques de piratas. Sin embargo, no está tan separada como para impedir contactos con centros de cultura y de civilización como Egipto, Asia Menor y la costa sirio-fenicia. Es una isla larga y estrecha, dividida longitudinalmente por una cadena de montañas tales como el Ilda, el Diktè y los Lasithi.
Período Arcaico
Con el siglo VIII a.C. se abre un período decisivo en la historia griega. La decadencia y el atraso que habían caracterizado a los tiempos oscuros se superan a lo largo del siglo IX con una serie de transformaciones que se afianza en el siglo VIII a.C.: las cuales son la escritura, la arquitectura en piedra, la estatuaria, las artes decorativas y una nueva forma de organizar y concebir la propia comunidad.
Los dos fenómenos que definen este período son, por tanto, la creación, consolidación y desarrollo de una forma de organización típicamente griega, la polis y la extensión de lo griego por toda la cuenca mediterránea hasta crear una civilización cuya base era más cultural que política.
Era un mundo dividido políticamente en pequeños estados con rivalidades territoriales, en el que reinaba una gran diversidad cultural, pero consciente de formar parte de una comunidad diferenciada. Tres elementos definían esta conciencia diferencial: su lengua, aunque dividida en dialectos; su universo religioso, articulando con respecto a los mismos dioses y su manera de vivir en común, la polis, fuera de la cual no se concebía la vida racional y civilizada.
Período Clásico
La expansión colonial de los siglos VII-VI a.C. había logrado su finalización a mediados de este último siglo. En el oeste, etruscos y cartaginenses formaron un obstáculo insalvable que retrajo de la influencia griega, mayormente, la parte de la costa norteafricana, todo el centro y el norte de la península itálica, además, la mayor parte de las costas de la península ibérica con sus islas adyacentes.
Asimismo, hacia el 540 a. de C. cartaginenses y etruscos exigieron a los focenses a una retirada obligada de la isla de Córcega, tras su victoria naval en Alalia. Cerdeña quedó definitivamente del lado cartaginés y las tentativas de nuevos establecimientos en la parte de Sicilia occidental sufrieron un repliegue transitorio. Fue en este momento donde sus perspectivas de expansión se incrementó por el arriesgado peligro de invasión extranjera.
Tras la absorción del reino de Lidia por parte del imperio persa, a las ciudades jonias no les quedaba otra opción que la capitulación. También, la expansión persa había sobrepasado las fronteras de Asia para cruzar a Europa. Darío I llevó a cabo una expedición contra los escitas, que si bien terminó en un fracaso, significó la adición de una nueva provincia al imperio: Tracia.
Período Helenístico
Este período va desde 323 a.C. cuando culminaron las guerras de Alejandro Magno, hasta la aceptación de Grecia por la república romana en 146 a. C. tras la muerte de Alejandro se abrió un largo paréntesis caracterizado por la lucha y por la hegemonía entre sus más directos generales y colaboradores. Además, por grandes individualidades, sobre todo desde el punto de vista militar y estratégico, dominaron el período que va desde el siglo IV a. de C. hasta el primer tercio del siglo siguiente.
Los nuevos reinos helenísticos comparten algunos rasgos comunes. Se trata de monarquías militares en las que el rey es comandante mayor del ejército, por lo que la importancia de los triunfos resulta decisiva para su sustento en el trono. El control político y religioso se amplió con el de la actividad económica del reino. Además, toda una política de prestigio y grandeza se coloca en funcionamiento con la construcción de grandes capitales, que forman una muestra del nuevo urbanismo.