Desde las gestas independientes en Latinoamérica los pensadores de la época con una incipiente conciencia del progreso que se efectuaba en los países europeos y de la nación que tenían en mente, comenzaron a ubicar en sus obras la posibilidad de autonomía e independencia de la región en la que se encontraban, la economía emerge como un sinónimo del progreso, el orden de las cosas no puede parar y para eso, el progreso para las colonias americanas era predecible.
A finales del siglo XIX, las familias oligárquicas y militares constituían la élite de los países de América Latina. Se llevaron a los partidos tradicionales, dejando poco espacio para el debate político en la esfera pública. La modernidad fue vista por esta clase dominante como un reflejo del progreso técnico, y no una consecuencia del aumento de la democracia política y social. Ensayistas, poetas y periodistas expresaron un descontento de la clase media creciente hacia esta sociedad estratificada altamente inicuo.
En el contexto de un sistema político cerrado, estos autores utilizan los medios de comunicación para reclamar los derechos civiles y la justicia social. Consideraron que la independencia política formal e incompleta, ya que las empresas españolas, portuguesas, británicas y estadounidenses dominaron los sectores más dinámicos de la producción nacional.
El imperialismo se entiende como un fenómeno económico, relacionado con estos procesos internos. Estos pensadores modernos argumentaron que la dependencia intelectual era un problema clave para el desarrollo social endógeno. En las palabras del líder cubano José Martí: “el problema de la independencia no era un cambio de formas, sino un cambio de espíritu”.
A finales del siglo XIX los procesos turbulentos dieron lugar a la diferenciación cultural y social significativo. Sistemas literarios surgieron de periodismo; poesía y ‘ensayismo’ desarrollados como prácticas separadas. Las universidades nacionales comenzaron a desempeñar un papel central en la modernización de la esfera pública, la formación de los futuros políticos para dirigir los partidos y ofrecer una nueva vía para la movilidad social ascendente. Junto con el desarrollo de la educación superior, la investigación científica ganó una mayor autonomía.
A finales de los años cuarenta, el progreso económico y la industralización fueron los debates centrales dentro de América Latina. Mientras que el subdesarrollo era entendido como una condición de retraso, el desarrollo fue percibido como una teoría y una política para explicar e intervenir en las estructuras sociales y económicas inicuas del Tercer Mundo.
La aparición de organizaciones regionales, como la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), creado por las Naciones Unidas, animó a una reflexión crítica sobre el impacto de los avances técnicos y los gobiernos nacionales involucrados en las políticas de desarrollo. La escuela estructuralista latinoamericana de pensamiento nace con la publicación del estudio de la CEPAL en base a Prebisch 1949.
Los estructuralistas evaluaron los problemas de la periferia en tres niveles. El primero fue el análisis del desempleo estructural que se relaciona con la incapacidad de las industrias tradicionales de exportación para crecer y absorber el exceso de población rural. El segundo fue el desequilibrio externo causado por altas propensiones a importar bienes industriales de exportación de productos agrícolas y minerales tradicionales. Por último, no hubo deterioro de los términos del comercio. Según Prebisch, las implicaciones de esta división del trabajo fueron desastrosas: el nivel de vida en las periferias estaba disminuyendo en comparación con la de los países centrales. La solución fue la mecanización agrícola y la industrialización.
Sin embargo, estas expectativas no se dieron cuenta de que las políticas de industrialización en los años cincuenta no condujeron al desarrollo. Para una nueva generación de científicos sociales, se hizo necesario ir más allá de un análisis de los frutos de la industrialización y las políticas preconizadas por la CEPAL. Los Dependentistas asumieron algunas de las premisas establecidas por estructuralismo latinoamericano, en particular los mercados de trabajo segmentados y monopolios en la tenencia de tierras, heredadas del pasado colonial. Ellos argumentaron que tanto el centro y la periferia eran parte de un proceso internacional único y largo plazo y constituyen una estructura de dependencia. Al igual que el estructuralismo, análisis de la dependencia articula su posición a través de ensayos históricos. La principal preocupación fue determinar la especificidad de las relaciones entre los factores sociales / políticos y el desarrollo económico. Se examinaron las diversas formaciones sociales nacionales mediante la evaluación de la superposición histórica del capitalismo con los modos de producción precapitalistas.
En algunos casos, señalados para el análisis, diferentes tipos de relaciones de dependencia que se habían desarrollado en América Latina durante el siglo XIX, el de las economías orientadas a la exportación (Economías de expansión Hacia afuera) o enclaves basados en minas o plantaciones. El aporte sociológico de la dependencia fue, por lo tanto, para ofrecer una nueva definición de subdesarrollo que combina el análisis de la sociedad con la economía y la política, en situaciones históricas específicas.